Sus nietos le habían fabricado tiempo ha
dos cajinas de madera
Donde el ahora guarda
la tierna flor de sus quimeras
Suspiros abonanzados de invierno
prendidos en la túnica anaranjada de Eos
Palpitantes aromas de primavera
fecundando la recia matriz de la antiquísima Madre Tierra
Colores de atardeceres otoñales
reflejándose sobre antediluvianas cristaleras
Melodías de verano lamiendo las olas del mar
Cuando la luz del día pende de un cordoncillo de seda
el abuelo abre las cajinas
para que la vida le pese menos
Para que las palabras vacías y las ausencias
no lo hagan morir lentamente por dentro
Para sobreponerse a lo absurdo de la existencia